La criada…

Hay personajes en la Biblia que nunca subieron a un púlpito, 𝙣𝙪𝙣𝙘𝙖 𝙡𝙡𝙚𝙫𝙖𝙧𝙤𝙣 𝙘𝙤𝙧𝙤𝙣𝙖, 𝙣𝙪𝙣𝙘𝙖 𝙧𝙚𝙘𝙞𝙗𝙞𝙚𝙧𝙤𝙣 𝙖𝙥𝙡𝙖𝙪𝙨𝙤𝙨, 𝙣𝙪𝙣𝙘𝙖 𝙚𝙨𝙘𝙧𝙞𝙗𝙞𝙚𝙧𝙤𝙣 𝙨𝙖𝙡𝙢𝙤𝙨, 𝙣𝙪𝙣𝙘𝙖 𝙜𝙤𝙗𝙚𝙧𝙣𝙖𝙧𝙤𝙣 𝙘𝙞𝙪𝙙𝙖𝙙𝙚𝙨… pero cargaron dentro de sí una fe tan pura, tan valiente, tan intacta, que Dios los usó para abrir puertas que ni reyes, ni generales, ni profetas podían abrir. Una de esas figuras 𝙚𝙨 𝙡𝙖 𝙟𝙤𝙫𝙚𝙣 𝙞𝙨𝙧𝙖𝙚𝙡𝙞𝙩𝙖, 𝙨𝙞𝙣 𝙣𝙤𝙢𝙗𝙧𝙚, 𝙨𝙞𝙣 𝙥𝙤𝙨𝙞𝙘𝙞𝙤́𝙣, 𝙨𝙞𝙣 𝙙𝙚𝙧𝙚𝙘𝙝𝙤𝙨, 𝙨𝙞𝙣 𝙛𝙖𝙢𝙞𝙡𝙞𝙖, 𝙨𝙞𝙣 𝙝𝙞𝙨𝙩𝙤𝙧𝙞𝙖 𝙧𝙚𝙜𝙞𝙨𝙩𝙧𝙖𝙙𝙖… pero con un corazón tan lleno de Dios que se convirtió en el puente para el milagro más grande en la vida de Naamán.

La Escritura la presenta con tres palabras: joven, israelita, esclava.
Una combinación que suena a insignificancia, dolor y desarraigo. Fue arrancada de su hogar, separada de sus padres, privada de su libertad, y lanzada a una tierra extraña para servir en la casa de un general enemigo. Todo en su vida gritaba injusticia. Todo en su historia apuntaba a amargura. Todo en su condición parecía un terreno perfecto para la desesperanza.

Pero algo en ella resistió la oscuridad.
𝑳𝒂 𝒗𝒖𝒍𝒏𝒆𝒓𝒂𝒃𝒊𝒍𝒊𝒅𝒂𝒅 𝒏𝒐 𝒂𝒑𝒂𝒈𝒐́ 𝒔𝒖 𝒇𝒆.
𝑳𝒂 𝒔𝒐𝒍𝒆𝒅𝒂𝒅 𝒏𝒐 𝒅𝒆𝒇𝒐𝒓𝒎𝒐́ 𝒔𝒖 𝒄𝒂𝒓𝒂́𝒄𝒕𝒆𝒓.
𝑬𝒍 𝒅𝒐𝒍𝒐𝒓 𝒏𝒐 𝒂𝒎𝒂𝒓𝒈𝒐́ 𝒔𝒖 𝒆𝒔𝒑𝜾́𝒓𝒊𝒕𝒖.
𝑳𝒂 𝒆𝒔𝒄𝒍𝒂𝒗𝒊𝒕𝒖𝒅 𝒏𝒐 𝒆𝒙𝒕𝒆𝒓𝒎𝒊𝒏𝒐́ 𝒔𝒖 𝒄𝒐𝒎𝒑𝒂𝒔𝒊𝒐́𝒏.

Ella no sabía por qué había llegado a esa casa, a esa nación, a ese lugar. 𝑷𝒆𝒓𝒐 𝑫𝒊𝒐𝒔 𝒔𝜾́. Su vida no era un error; era una asignación. Su captura no fue el fin de su propósito; fue el transporte hacia él. 𝗡𝗼 𝗳𝘂𝗲 𝗽𝘂𝗲𝘀𝘁𝗮 𝗮𝗹𝗹𝛊́ 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝘀𝗲𝗿 𝗼𝗽𝗿𝗶𝗺𝗶𝗱𝗮, 𝘀𝗶𝗻𝗼 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝘀𝗲𝗿 𝘂𝗻 𝗽𝘂𝗲𝗻𝘁𝗲. A veces Dios coloca a Sus hijas en lugares incómodos porque allí hay un milagro que necesita un canal. Y ella fue ese canal.

Naamán era un hombre grande, pero con un vacío grande. Poderoso en Siria, pero frágil en su piel. Un general respetado, pero con el peso de una enfermedad que ningún médico podía sanar. Rodeado de soldados, pero sin esperanza. Y la voz que cambiaría su destino no salió de otro general, ni de un consejero, ni del rey, ni de un profeta…𝘀𝗶𝗻𝗼 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝘃𝗼𝘇 𝗾𝘂𝗲𝗯𝗿𝗮𝗻𝘁𝗮𝗱𝗮 𝘆 𝗳𝗶𝗿𝗺𝗲 𝗱𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗷𝗼𝘃𝗲𝗻 𝗲𝘀𝗰𝗹𝗮𝘃𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝘀𝗲 𝗻𝗲𝗴𝗼́ 𝗮 𝗽𝗲𝗿𝗺𝗶𝘁𝗶𝗿 𝗾𝘂𝗲 𝘀𝘂 𝗱𝗼𝗹𝗼𝗿 𝗱𝗲𝗳𝗶𝗻𝗶𝗲𝗿𝗮 𝘀𝘂 𝗽𝗼𝘀𝘁𝘂𝗿𝗮.

La joven dijo a su señora: “Si mi señor fuera al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de esa lepra.”

𝐍𝐨 𝐝𝐢𝐣𝐨: “𝐎𝐣𝐚𝐥𝐚́ 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐭𝐨𝐝𝐨 𝐥𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐞 𝐡𝐚𝐧 𝐡𝐞𝐜𝐡𝐨.”
𝐍𝐨 𝐝𝐢𝐣𝐨: “𝐒𝐞 𝐥𝐨 𝐦𝐞𝐫𝐞𝐜𝐞.”
𝐍𝐨 𝐝𝐢𝐣𝐨: “𝐐𝐮𝐞 𝐬𝐮𝐟𝐫𝐚 𝐥𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐲𝐨 𝐬𝐮𝐟𝐫𝛊́.”
𝐍𝐨 𝐝𝐢𝐣𝐨: “𝐃𝐢𝐨𝐬 𝐥𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐚́ 𝐜𝐚𝐬𝐭𝐢𝐠𝐚𝐧𝐝𝐨.”
𝐃𝐢𝐣𝐨: “𝐇𝐚𝐲 𝐮𝐧 𝐩𝐫𝐨𝐟𝐞𝐭𝐚. 𝐇𝐚𝐲 𝐮𝐧 𝐃𝐢𝐨𝐬. 𝐇𝐚𝐲 𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐚𝐧𝐳𝐚.”

Eso es fe. Eso es compasión. Eso es valentía.
Eso es el corazón que Dios usa para abrir milagros.

Podría haberse callado. Podría haber permitido que la amargura cerrara sus labios. Podría haber pensado: “¿𝐏𝐚𝐫𝐚 𝐪𝐮𝐞́ 𝐚𝐲𝐮𝐝𝐚𝐫 𝐚 𝐦𝐢 𝐞𝐧𝐞𝐦𝐢𝐠𝐨?”
Pero su compasión venció su herida. Su propósito venció su dolor. Su llamado venció su trauma. Su fe en el Dios vivo brilló más fuerte que la oscuridad de su circunstancia.

Esta joven sin nombre nos confronta.
Nos pregunta:
¿Qué vas a hacer tú con el lugar al que Dios te llevó?
¿Qué vas a decir cuando te encuentres en una casa que no escogiste?
¿Cómo vas a responder cuando el dolor te tiente a cerrar el corazón?
¿Serás puente o serás muro?
¿Serás canal o serás obstáculo?
¿Serás instrumento o serás excusa?

𝐏𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐭𝐮́ 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞́𝐧 𝐡𝐚𝐬 𝐬𝐢𝐝𝐨 𝐥𝐥𝐞𝐯𝐚𝐝𝐚 𝐚 𝐥𝐮𝐠𝐚𝐫𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐨 𝐞𝐧𝐭𝐢𝐞𝐧𝐝𝐞𝐬: un hogar difícil, un empleo complicado, un jefe injusto, un matrimonio herido, una familia rota, una temporada de escasez, una iglesia en transición. Y muchas veces preguntas: “𝐒𝐞𝐧̃𝐨𝐫, ¿𝐩𝐨𝐫 𝐪𝐮𝐞́ 𝐞𝐬𝐭𝐨𝐲 𝐚𝐪𝐮𝛊́?”
La respuesta es profunda:
𝙋𝙤𝙧𝙦𝙪𝙚 𝙖𝙝𝜾́ 𝙝𝙖𝙮 𝙪𝙣 𝙉𝙖𝙖𝙢𝙖́𝙣 𝙦𝙪𝙚 𝙣𝙚𝙘𝙚𝙨𝙞𝙩𝙖 𝙪𝙣𝙖 𝙥𝙖𝙡𝙖𝙗𝙧𝙖, 𝙪𝙣 𝙢𝙞𝙡𝙖𝙜𝙧𝙤, 𝙪𝙣𝙖 𝙙𝙞𝙧𝙚𝙘𝙘𝙞𝙤́𝙣, 𝙪𝙣 𝙖𝙣𝙪𝙣𝙘𝙞𝙤 𝙙𝙚 𝙨𝙖𝙡𝙫𝙖𝙘𝙞𝙤́𝙣. 𝙔 𝘿𝙞𝙤𝙨 𝙩𝙚 𝙥𝙪𝙨𝙤 𝙖𝙝𝜾́ 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙨𝙚𝙧 𝙥𝙪𝙚𝙣𝙩𝙚.

Dios no necesita títulos para usar a alguien; necesita corazones disponibles. Dios no requiere nombres famosos; requiere espíritus fieles. Dios no busca posiciones altas; busca posturas humildes.
Dios no usa perfección; usa obediencia.

La joven, sin nombre y sin libertad, cambió la historia de un general, la historia de su hogar, la historia de su nación, y la historia de miles de lectores que hasta hoy siguen aprendiendo de ella. 𝙏𝙤𝙙𝙤 𝙥𝙤𝙧𝙦𝙪𝙚 𝙣𝙤 𝙥𝙚𝙧𝙢𝙞𝙩𝙞𝙤́ 𝙦𝙪𝙚 𝙨𝙪 𝙙𝙤𝙡𝙤𝙧 𝙙𝙚𝙩𝙚𝙧𝙢𝙞𝙣𝙖𝙧𝙖 𝙨𝙪 𝙖𝙘𝙩𝙞𝙩𝙪𝙙.

Tú también puedes cambiar historias.
Puedes provocar milagros.
Puedes abrir caminos.
Puedes despertar fe en casas donde ya no la hay.
Puedes señalar a Cristo donde nadie lo espera.
Puedes ser la llave que abra la puerta a una restauración.
Puedes ser la voz que diga: “Sí hay esperanza.”

Así que la pregunta de este capítulo no es quién eres tú, sino qué estás dispuesta a hacer con lo que eres.
𝙋𝙤𝙧𝙦𝙪𝙚 𝘿𝙞𝙤𝙨 𝙣𝙤 𝙩𝙚 𝙥𝙧𝙚𝙜𝙪𝙣𝙩𝙖 𝙩𝙪 𝙣𝙤𝙢𝙗𝙧𝙚; 𝙩𝙚 𝙥𝙞𝙙𝙚 𝙩𝙪 𝙘𝙤𝙧𝙖𝙯𝙤́𝙣.
No te pregunta por tu libertad; te pide tu fe.
No te pregunta tu historia; te pide tu obediencia.
No te pregunta tu posición; te pide tu disposición.

La joven provocó un milagro.
¿Y tú?
¿Provocarás liberación en esa casa?
¿Encenderás fe en ese empleo?
¿Serás puente en esa familia?
¿Serás canal de sanidad en ese ambiente?
¿Dirás la palabra que nadie más se atreve a decir?

Lo que ella empezó, tú puedes continuarlo.
Lo que ella abrió, tú puedes extenderlo.
Lo que ella hizo en silencio, tú puedes hacerlo con valentía.
Ella no tenía nombre, pero tuvo impacto.
𝙏𝙪́ 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚𝙨 𝙣𝙤𝙢𝙗𝙧𝙚, 𝙥𝙧𝙤𝙢𝙚𝙨𝙖, 𝙋𝙖𝙡𝙖𝙗𝙧𝙖, 𝙀𝙨𝙥𝜾́𝙧𝙞𝙩𝙪, 𝙡𝙡𝙖𝙢𝙖𝙙𝙤 𝙮 𝙤𝙥𝙤𝙧𝙩𝙪𝙣𝙞𝙙𝙖𝙙.

La pregunta es simple pero eterna:
¿Serás más que una esclava? ¿Serás puente para un milagro?

2 Reyes 5

“Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.”
‭‭2 REYES‬ ‭5‬:‭2‬-‭3‬