El Jordan no era hermoso…

"𝗘𝗹 𝗝𝗼𝗿𝗱𝗮́𝗻 𝗻𝗼 𝗲𝗿𝗮 𝗵𝗲𝗿𝗺𝗼𝘀𝗼, 𝗽𝗲𝗿𝗼 𝗲𝗿𝗮 𝘀𝗮𝗻𝘁𝗼 𝗽𝗼𝗿𝗾𝘂𝗲 𝗗𝗶𝗼𝘀 𝗹𝗼 𝗲𝗹𝗶𝗴𝗲.
no busques un río mejor, busca un corazón más humilde para obedecer"

Hay un punto en la vida espiritual donde la necesidad de un milagro se encuentra con la verdadera condición del corazón. Muchas mujeres claman por restauración, por sanidad, por un cambio profundo en sus vidas, pero sin darse cuenta levantan dentro de sí un trono 𝗱𝗼𝗻𝗱𝗲 𝘀𝗲 𝘀𝗶𝗲𝗻𝘁𝗮𝗻 𝗰𝗼𝗺𝗼 𝗰𝗼𝗻𝘀𝗲𝗷𝗲𝗿𝗮𝘀 𝗱𝗲 𝗗𝗶𝗼𝘀, diciéndole cómo, cuándo y por dónde debe obrar. Piden intervención divina, pero quieren control humano. Suplican sanidad, pero resguardan su orgullo. 𝐁𝐮𝐬𝐜𝐚𝐧 𝐭𝐫𝐚𝐧𝐬𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐭𝐞𝐦𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐩𝐫𝐨𝐜𝐞𝐬𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐃𝐢𝐨𝐬 𝐞𝐥𝐢𝐠𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐨𝐭𝐨𝐫𝐠𝐚𝐫𝐥𝐚.

Naamán fue un hombre poderoso, respetado, valiente, admirado… pero fue también un hombre leproso. Su lepra era su límite, su vergüenza y su necesidad. Y cuando por fin se acercó a Dios, lo hizo como muchas mujeres se acercan hoy: con expectativa, pero también con exigencia; con esperanza, pero también con condiciones; con debilidad, pero aún con orgullo. 𝐍𝐚𝐚𝐦𝐚́𝐧 𝐪𝐮𝐞𝐫𝛊́𝐚 𝐮𝐧 𝐦𝐢𝐥𝐚𝐠𝐫𝐨, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐪𝐮𝐞𝐫𝛊́𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐃𝐢𝐨𝐬 𝐥𝐨 𝐡𝐢𝐜𝐢𝐞𝐫𝐚 𝐚 𝐬𝐮 𝐦𝐚𝐧𝐞𝐫𝐚.

La instrucción de Dios fue sencilla pero humillante: sumérgete siete veces en el Jordán. Un río pequeño, fangoso, insignificante. Un río de esclavos, no de generales. Un río sin prestigio, sin belleza, sin honor. Naamán reaccionó como muchas almas reaccionan hoy: “¿𝗬 𝗲𝘀𝘁𝗲 𝗿𝛊́𝗼? ¿𝗡𝗼 𝗵𝗮𝘆 𝗺𝗲𝗷𝗼𝗿𝗲𝘀 𝗹𝘂𝗴𝗮𝗿𝗲𝘀? ¿𝗡𝗼 𝗵𝗮𝘆 𝗰𝗮𝗺𝗶𝗻𝗼𝘀 𝗺𝗮́𝘀 𝗱𝗶𝗴𝗻𝗼𝘀 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗺𝗶 𝘀𝗮𝗻𝗶𝗱𝗮𝗱?” Su orgullo hablaba más fuerte que su necesidad. Quería el milagro, pero no el método. Quería la mano de Dios, pero no Su voz. Quería la restauración, pero sin someter su corazón.

𝗔𝘀𝛊́ 𝗽𝗮𝘀𝗮 𝗰𝗼𝗻 𝗺𝘂𝗰𝗵𝗮𝘀 𝗺𝘂𝗷𝗲𝗿𝗲𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗹𝗲𝘃𝗮𝗻𝘁𝗮𝗻 𝘀𝘂𝘀 𝗼𝗷𝗼𝘀 𝗮𝗹 𝗰𝗶𝗲𝗹𝗼 𝗽𝗶𝗱𝗶𝗲𝗻𝗱𝗼 𝗮𝘆𝘂𝗱𝗮, 𝗽𝗲𝗿𝗼 𝗺𝗮𝗻𝘁𝗶𝗲𝗻𝗲𝗻 𝘀𝘂𝘀 𝗺𝗮𝗻𝗼𝘀 𝗰𝗲𝗿𝗿𝗮𝗱𝗮𝘀 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝘀𝗼𝗹𝘁𝗮𝗿 𝗲𝗹 𝗼𝗿𝗴𝘂𝗹𝗹𝗼. Quieren un esposo transformado, pero resisten ser transformadas ellas primero. Quieren sanidad emocional, pero no quieren abrir heridas antiguas. Quieren un nuevo comienzo, pero todavía insisten en tener la última palabra. Quieren liberación, pero temen rendir el control. Quieren que Dios las levante, pero no quieren que Dios las quebrante. Quieren el milagro del Jordán, pero se rehúsan a entrar al agua porque no se ve como ellas imaginaban.

Dios no llevó a Naamán al Jordán para humillarlo, sino para sanarlo. 𝗡𝗼 𝗲𝗿𝗮 𝗮𝗰𝗲𝗿𝗰𝗮 𝗱𝗲𝗹 𝗿𝛊́𝗼; 𝗲𝗿𝗮 𝗮𝗰𝗲𝗿𝗰𝗮 𝗱𝗲𝗹 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼́𝗻. No era un método arbitrario; era un proceso purificador. Porque antes de limpiar su piel, Dios tenía que limpiar su orgullo. Antes de restaurar su cuerpo, Dios tenía que quebrar su autosuficiencia. 𝘼𝙣𝙩𝙚𝙨 𝙙𝙚 𝙙𝙚𝙫𝙤𝙡𝙫𝙚𝙧𝙡𝙚 𝙝𝙤𝙣𝙧𝙖, 𝘿𝙞𝙤𝙨 𝙩𝙚𝙣𝜾́𝙖 𝙦𝙪𝙚 𝙚𝙣𝙨𝙚𝙣̃𝙖𝙧𝙡𝙚 𝙤𝙗𝙚𝙙𝙞𝙚𝙣𝙘𝙞𝙖. 𝘼𝙣𝙩𝙚𝙨 𝙙𝙚𝙡 𝙢𝙞𝙡𝙖𝙜𝙧𝙤, 𝙨𝙞𝙚𝙢𝙥𝙧𝙚 𝙫𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙡 𝙧𝙚𝙣𝙙𝙞𝙧𝙨𝙚.

El milagro que muchas mujeres buscan está del otro lado de una instrucción sencilla, pero confrontadora. 𝙉𝙤 𝙚𝙨 𝙦𝙪𝙚 𝘿𝙞𝙤𝙨 𝙣𝙤 𝙦𝙪𝙞𝙚𝙧𝙖 𝙝𝙖𝙘𝙚𝙧 𝙡𝙖 𝙤𝙗𝙧𝙖; 𝙚𝙨 𝙦𝙪𝙚 𝘿𝙞𝙤𝙨 𝙣𝙤 𝙘𝙤𝙢𝙥𝙖𝙧𝙩𝙚 𝙎𝙪 𝙜𝙡𝙤𝙧𝙞𝙖 𝙘𝙤𝙣 𝙚𝙡 𝙤𝙧𝙜𝙪𝙡𝙡𝙤 𝙝𝙪𝙢𝙖𝙣𝙤. El Jordán representa lo que tú no quieres hacer, el lugar al que no quieres ir, la conversación que no quieres tener, la acción que te cuesta, la herida que temes enfrentar, la obediencia que todavía te parece baja, pequeña o innecesaria.

Y Dios te pregunta:
“¿Quieres el milagro o quieres mantener tu orgullo?”
“¿Quieres que Yo obre, o quieres dirigir cómo debo obrar?”
“¿Quieres sanidad, o quieres seguir sentada en tu río favorito mientras evitas el río que Yo elegí?”

Naamán solo recibió su milagro cuando dejó de argumentar, obedeció, descendió y se sumergió siete veces. 𝘿𝙚𝙨𝙘𝙚𝙣𝙙𝙚𝙧 𝙚𝙨 𝙡𝙖 𝙥𝙖𝙡𝙖𝙗𝙧𝙖 𝙘𝙡𝙖𝙫𝙚. 𝘿𝙚𝙨𝙘𝙚𝙣𝙙𝙚𝙧 𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙖𝙪𝙩𝙤𝙨𝙪𝙛𝙞𝙘𝙞𝙚𝙣𝙘𝙞𝙖. 𝘿𝙚𝙨𝙘𝙚𝙣𝙙𝙚𝙧 𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙨𝙤𝙗𝙚𝙧𝙗𝙞𝙖. 𝘿𝙚𝙨𝙘𝙚𝙣𝙙𝙚𝙧 𝙙𝙚𝙡 𝙩𝙧𝙤𝙣𝙤 𝙞𝙣𝙩𝙚𝙧𝙣𝙤. 𝘿𝙚𝙨𝙘𝙚𝙣𝙙𝙚𝙧 𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙞𝙙𝙚𝙖 𝙙𝙚 𝙦𝙪𝙚 𝘿𝙞𝙤𝙨 𝙙𝙚𝙗𝙚 𝙩𝙧𝙖𝙗𝙖𝙟𝙖𝙧 𝙘𝙤𝙢𝙤 𝙩𝙪́ 𝙞𝙢𝙖𝙜𝙞𝙣𝙖𝙨.

Cuando Naamán se hundió en el agua, también se hundió su orgullo. Cuando Naamán salió del agua, también salió su milagro.

𝐇𝐚𝐲 𝐦𝐮𝐣𝐞𝐫𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐞𝐜𝐞𝐬𝐢𝐭𝐚𝐧 𝐬𝐮𝐦𝐞𝐫𝐠𝐢𝐫 𝐬𝐮 𝐜𝐚𝐫𝐚́𝐜𝐭𝐞𝐫, 𝐬𝐮 𝐥𝐞𝐧𝐠𝐮𝐚, 𝐬𝐮 𝐫𝐢𝐠𝐢𝐝𝐞𝐳, 𝐬𝐮 𝐩𝐞𝐫𝐟𝐞𝐜𝐜𝐢𝐨𝐧𝐢𝐬𝐦𝐨, 𝐬𝐮 𝐢𝐧𝐝𝐞𝐩𝐞𝐧𝐝𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 𝐦𝐚𝐥 𝐞𝐧𝐭𝐞𝐧𝐝𝐢𝐝𝐚, 𝐬𝐮 𝐧𝐞𝐜𝐞𝐬𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐨𝐥𝐚𝐫 𝐭𝐨𝐝𝐨. 𝐍𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐞𝐫 𝐝𝐢𝐠𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝, 𝐬𝐢𝐧𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚𝐫 𝐥𝐢𝐛𝐞𝐫𝐭𝐚𝐝. 𝐍𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐬𝐞𝐫 𝐦𝐞𝐧𝐨𝐬, 𝐬𝐢𝐧𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐬𝐞𝐫 𝐧𝐮𝐞𝐯𝐚𝐬. 𝐍𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐬𝐞𝐫 𝐝𝐞́𝐛𝐢𝐥𝐞𝐬, 𝐬𝐢𝐧𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐬𝐞𝐫 𝐬𝐚𝐧𝐚𝐝𝐚𝐬.

Porque Dios no hace milagros siguiendo instrucciones humanas. Él hace milagros donde el corazón se rinde, donde la voz baja, donde la voluntad se dobla, donde la mujer deja de decir: “Señor, hazlo así” y comienza a decir: “𝙎𝙚𝙣̃𝙤𝙧, 𝙝𝙖𝙯𝙡𝙤 𝙏𝙪́.”

Tu Jordán te espera.
No es glamuroso, pero es santo.
No es atractivo, pero es transformador.
No es alto, pero sana.

El milagro no está en un lugar mejor; está en la obediencia humilde. El cambio no está en tus métodos; está en Su soberanía. La vida nueva no empieza con exigencias; empieza con rendición.

Dios todavía sana lepras, pero comienza sanando el corazón que deja de intentar dirigir al Rey del universo y se inclina ante Él con manos abiertas.

Entra al Jordán.
Obedece.
Desciende.
𝙔 𝙘𝙪𝙖𝙣𝙙𝙤 𝙩𝙚 𝙡𝙚𝙫𝙖𝙣𝙩𝙚𝙨, 𝙣𝙤 𝙨𝙚𝙧𝙖́𝙨 𝙡𝙖 𝙢𝙞𝙨𝙢𝙖.

(Naamán, 2 Reyes 5)

“Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso.”
‭‭2 REYES‬ ‭5‬:‭1‬-14